Por Walter Lezcano
Es viernes y quedamos en encontrarnos a las seis y media de la tarde en le hall del Teatro General San Martín. Unos días antes habíamos hablado por teléfono y le dije que me iba a reconocer porque soy negro y feo. A las cinco y diez salí de un colegio en Adrogué que está a dos cuadras de la estación. Patri me pasó a buscar y luego del tren y el subte llegamos a Corrientes y Montevideo. Caminamos una cuadra y media preguntándonos, mientras nos secábamos la frente con las manos, cuándo iba a calmar esa humedad despiadada que azotaba la ciudad.
Hubo un tiempo en el que Ariel, cuarenta y pico encima que ni se les nota, casado con una belleza llamada Liliana, era un médico investigador en La Plata. Él es curioso, nos cuenta, y le encanta explorar, descubrir cosas. Me gusta la gente con alma aventurera. Eso fue hasta que algo conocido como dos mil uno, hito espacio-temporal demoledor que nos cayó a todos con una contundencia tal que no dejó a nadie ileso, lo arrinconó contra las cuerdas y alguien desde el Norte le tiró una soga y partió hacia allá. Ahora es profesor e investigado en la universidad de Nueva Jersey, al toque de Manhattan y NYC. En este momento lo tengo frente a mí pidiéndole una cerveza al mozo y dos vasos, Patri, devota de la merienda, se quiere tomar un submarino. La cosa arranca más que bien.
Pasé mi infancia en San Miguel del Monte, que es un pueblito así de chiquitito y después nos fuimos a vivir más para la ciudad: en La Plata. En su juventud, Ariel vivió de primera mano, testigo privilegiado, el surgimiento de bandas que le pegaron una buena patada en el pecho a la modorra en la que estaba sumido el rock nacional. Los ochenta empezaban a despabilarse, hablamos del año ochenta y tres, y había bandas platenses que se encargaron de crear manantiales en ese desierto que era el panorama de entonces. Y a mi, que no concibo la vida sin música y me interesa las narraciones que incluyen ese fuego sagrado de convivencia que se palpita en los recitales, me interesa saber cómo eran vivo algunas de ellas. Disfrutó a Virus. Una maza Federico Moura, ¿no? Si, era un tipo que se robaba el show, alguien a quien no podías sacarle la vista de encima. Entiendo a lo que se refiere. Hay gente que nace iluminada y desborda magnetismo. ¿Leíste Los topos de Bruzzone? ¿Qué tiene que ver con Virus? El epígrafe de la novela dice: Encontrarte en algún lugar/ aunque estemos distantes/ tanto odios para curar/ tanto amor descartable. Amor descartable. Si, es la historia de una búsqueda. Muy groso el libro, pero continuá. Y también seguí mucho a Los Redondos. No te puedo creer. ¿Y cómo eran al principio? Los Redondos siempre fueron igual: tremendos. Mirá, una vez estábamos haciendo la cola para entrar donde iban a tocar y escuchamos a Skay que estaba ensayando y probando sonido. Todos nos quedamos asombrados, en silencio para contemplara ese sonido increíble que era la guitarra del tipo, no lo podíamos creer. Y te hablo de los primeros recitales. Desde siempre mostraron lo grosos que eran. Y yo siempre supe que iban a lograr eso que finalmente fueron. ¿Será que ellos quisieron llegar a ese lugar donde su numeroso público era otro que los del comienzos, con menos inquietudes y que se nutrían de malentedidos y carencias?, me pregunto, ¿un lugar en donde la demagogia se come la propuesta artística? No es posible saberlo y no es importante. Me interesa más escuchar lo que cuenta.
Se metió en la facultad y empezó a estudiar medicina. Fue en ese lugar donde conoció a Liliana. ¿Cómo fue eso? Ella estaba en un grupo de amigos y la invité a salir. Hicimos varias salidas y veía que no conectábamos. Yo ya no sabía a dónde más podíamos ir. Hasta que un día se me ocurrió que podíamos ir a ver al grupo De La Guarda, ¿lo conocen? Sólo de nombre, nos gustaría ir pero las entradas están muy caras para nosotros. Por esa época recién empezaban y le pregunté si quería ir. Me dijo que si. Ese día se largó una lluvia impresionante, caían baldazos de agua. Hicimos la travesía desde la Plata y llegamos a Buenos Aires. ¿Cuándo decís Buenos Aires te referís a Capital Federal? Si, los de La Plata hablamos así. La cosa es que cuando regresamos a mi casa la lluvia torrencial no daba tregua y estábamos completamente empapados. Después de eso empezó nuestra historia. ¿Y ustedes cómo se conocieron? A Patri le encanta contar estas cosas.
Cuando me recibí de médico ejercí durante un tiempo en un hospital, pero me di cuenta que me gustaba mucho más el laboratorio. Entonces comencé a trabajar como investigador y docente. Ahí me salió la oportunidad de trabajar un tiempo en Estados Unidos y me fui. Estuve nueve meses afuera del país. ¿Y Liliana? Ella se quedó acá haciendo de todo. Es maestra y aparte se recibió de obstetra y ginecóloga. Esa mujer tiene una energía inagotable. Y todo eso lo consiguió a puro esfuerzo, porque nosotros venimos de familias humildes y siempre tuvimos que laburar un montón para bancarnos los estudios. Fue difícil ese momento para nuestra relación pero logramos salir adelante. En ese periodo nos vimos poco, de todas maneras fortaleció la relación. Nos la bancamos bien.
Y volví. Y llegó el dos mil uno. Escucho ese número y es un telón de la memoria que se corre. Recuerdo estar el veinte de diciembre en la casa de un amigo, acá en Solano City, mirando azorado por televisión todo lo que ocurría en plaza de mayo. Y que llegaban vecinos con pistolas en las manos a avisarle que vendrían personas dispuestas a saquearles la casa. Se estaba corriendo ese rumor que adquirió con mucha rapidez el rango de certeza. Entre todos debían cuidarse, le decían, así que armaban grupos de vigilancia en las esquinas. Entonces decido que lo mejor es salir de ahí, volver a mi casa y alejarme lo más posible de esa locura. Saludo a mi amigo, que ni me miró porque estaba buscando algo para defenderse porque no tenía armas, y me subí a la bici para partir. Y las veinte cuadras que pedaleé fueron de descubrir que en cada esquina también había grupos de hombres con escopetas y revólveres y hasta con cuchillos. Como la noche estaba cubriéndolo todo se habían armado fogatas en grandes tambores de metal. Era todo tan extraño y desquiciado y atemorizante que sólo atiné a mirar hacia el frente esperando que ninguno de esos cowboys-vigilantes dispuestos a defender lo poco que tenían me apunte en la nuca.
Ese año fue terrible para todos. No estábamos bien de guita y Liliana laburaba como loca en el hospital, sin franco, horas extras. Tanto que llegó a perder ocho kilos. Yo ya tenía propuestas de laburo allá, así que cuando la vi así a ella dije no, ya está, nos vamos.
Estuvimos por Carolina del Norte y por el Sur. Hasta que recalamos en Nueva Jersey. Es un barrio tranquilo cerca del campus donde enseño y ahí también está el laboratorio. ¿Qué hacés ahí? Nosotros trabajamos para encontrar mejoras en las condiciones de los pacientes con cáncer. Nos miramos con Patri. Este tipo ya es nuestro héroe.
¿Cómo es dar clases allá? Mirá, es una sociedad que vive de resultados. Así que siempre tenés los cuestionamientos de para qué necesitan aprender tal cosa o tal otra. Pero es algo que me da mucho placer compartir saberes con los alumnos. Y los grupos son muy cosmopolitas, gente de todos lados y son de guardarse mucho, entonces yo trato de romper un poco esa barrera que se establece entre nosotros y les pregunto cosas. Y hay algo que me preocupa muchísimo: es el hecho de que esta gente ya no lee ficción. No les interesa, dicen que si ya está la realidad para qué quieren perder tiempo con una mentira. Yo a veces leo lo que te pasa en esos colegios en los que enseñás vos y, salvando las distancias, te entiendo. Lo que se está perdiendo, creo, es una manera de relacionarte con el mundo, de vivir experiencias que tienen que ver con el conocimiento y con la vida. Mis alumnos escriben directamente en sus computadoras portátiles y ni siquiera toman apuntes. Ni siquiera pueden agarrar una lapicera y deslizarla sobre el papel para que la tinta corra y forme palabras que luego los van a ayudar. Porque yo creo en las palabras y en la lectura como en pocas cosas. A mi los libros me salvaron la vida. ¿Me entedés? Por supuesto que si.
Terminada la segunda cerveza, Ariel muestra la cantidad de textos que tiene en la mochila. Me llevo las obras completas de Borges, una cuenta pendiente. Y saca dos libros: Esperando a los bárbaros de J. M. Coetzee y uno de José Bianco. Dos de los que más me gustaron desde siempre y te los quería regalar. Pocos obsequios más encantadores. Los tomo con cuidado como si fueran objetos delicados, y en realidad lo son. Yo le retribuyo con una novela que se llama Bailanta y es el segundo título de la editorial que lo sacamos a mediados de abril.
Miramos el reloj y el tiempo había pasado sin hacerse notar. Eran más de las diez de la noche.
Cuando nos despedimos enfrente al obelisco nos costó separarnos de Ariel. En unos días se toma el avión para volver al Norte.
Fuimos caminando hasta Constitución con Patri y yo pensaba que la amistad, una de las grandes pasiones de mi vida, se construye de encuentros como esos.
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