En la víspera


Son las siete de la mañana. Patri duerme profundamente, y lo bien que hace. Yo estoy levantado porque en un rato tengo que salir a tomar la mesa de diciembre a unos pocos alumnos. Ya pasé navidad sin arbolito en casa, y ahora estoy subido a ese limbo gravitatorio que lleva al fin de año. Se van a cambiar los almanaques, pero la vida seguirá siendo despiadada. Por estos días estoy muy pesimista, debido a la fuerza centrífuga de La carretera de McCarthy, una novela realista y que trabaja con el presente como tiempo catastrófico. De todas formas ya compré una cuantas sidras para llenar mi taza (no tengo copas) y levantarla y brindar por lo que vendrá.


Es veintiocho de diciembre cuando escribo esto. Para el mediodía comenzarán mis vacaciones. Voy a tener un mes y medio libre de luchar cuerpo a cuerpo contra las certezas de los ignorantes, que son las peores. De ese mes y medio me tomo apenas diez días para pegar un viajecito y conocer Tucumán y, si alcanza el filo, Salta.


Prendo la computadora que hace poco, luego de doce largas cuotas, terminamos de pagar. Pongo algo de música para darle a esta hora indecente algo de divinidad. Busco algunos temas para armar una antología y llenar mi regalo navideño: un celular con MP3. Yo no soy de usar los auriculares para escuchar música. Sólo escucho del oído derecho ya que nací con el tímpano del izquierdo hecho bolsa. No puedo escuchar en stereo. Entonces recurro a la iluminación de los parlantes a todo volumen cuando quiero cargarme de acordes furiosos y vitales. Pero esta vez quiero quebrarle la espalda a mi rutina porque ayer reapareció una de las mujeres más hermosas que conocí en mi vida, y atrás de ella un montón de pasado...

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